Fue volver a una realidad que anunciadamente me perseguía y un impulso de libertad de esta pequeña vida automatizada lo que me mantuvo durante todo el viaje de vuelta en aquel punto varado en el tiempo. Aquel paisaje, aquel pequeño paraíso terrenal que se contextualizaba alterando cada uno de esos adormecidos sentimientos que, al fin y al cabo, acaban haciéndonos sentir menos máquina y más ser humano cuando se desperezan. El coche avanzaba, pero no conmigo, y yo anclado inexplicablemente en aquel intento de torre de babel navegante por un río que empezaba a separar dos realidades contrarias. Cada colina, cada llano y alto lejano dejado atrás acababa por hacerme navegar, más aún, en aquellos pequeños tesoros en medio de la nada. Silencio exterior, ¿Qué ironía, no? Con la tormenta que azotaba mi mente en aquel momento. Quizá fue la necesidad la que me mantenía volando por un punto dejado atrás. Quizá la resaca, quien sabe. Frenazo, "¡Puto camión!" Fue un instante, tan solo un instante, para resetear la lectura de la EEPROM. Tan sólo un instante para trasladar tal tormenta interna al exterior. Y fue entonces, cuando esta se consumió y el silencio externo reapareció, cuando inconscientemente quise volver a un lugar inexistente, a un recuerdo construido por eso, sueños. Eso, un sueño construido por la necesidad, el despertar, un río o una torre en medio de una incesante corriente fluvial. Un sueño construido por lo extrovertido del lugar. Un sueño que, inocentemente, pensaba que nacía de ese lugar. Pero, la realidad disfrazada, la verdadera realidad, radicaba en una mordiente sonrisa con peluca azul que acabó construyendo ríos, torres y necesidades por vivir. Un sueño y una sonrisa. Y en mi mente una frase: "Acuerdate de acordarte"